viernes, 12 de diciembre de 2014

Los sacramentos

Los sacramentos —en la teología de la Iglesia católica— son signos bastante sensibles y eficaces[1] de la gracia de Dios a través de los cuales se otorga la vida divina; es decir, ofrecen al creyente el ser hijos adoptivos de Dios. Fueron instituidos por Jesucristo[2] y confiados a la Iglesia.[3]

Los sacramentos se administran en distintos momentos de la vida del cristiano y simbólicamente la abarcan por entero, desde el bautismo (que se suele administrar a los niños) hasta la unción de los enfermos (que antes del Concilio Vaticano II se aplicaba sólo a los que estuvieran en peligro de muerte).

La mayoría de los sacramentos sólo pueden ser administrados por un sacerdote. El bautismo, en ocasiones excepcionales, puede ser administrado por cualquier seglar, o incluso no cristiano, que tenga la intención de hacer con el signo lo que la Iglesia hace. Además, en el sacramento del matrimonio los ministros son los mismos contrayentes.
Los siete sacramentos marcan las distintas etapas importantes de la vida cristiana de los creyentes, que se dividen en tres categorías:

Sacramentos de la Iniciación Cristiana (Bautismo, Confirmación y Eucaristía) que "sientan las bases de la vida cristiana: los fieles renacidos en el Bautismo, fortalecidos por la Confirmación y son alimentados por la Eucaristía";[10]
Sacramentos de curación (Penitencia y Unción de los enfermos);
Sacramentos al servicio de la comunión y la misión (Orden y Matrimonio).
Estos sacramentos también se pueden agrupar en solo dos categorías:

Que expresan el carácter permanente y dejan una marca indeleble en quien lo recibe, y por lo tanto sólo puede ser administrado una vez cada creyente, ya sea que son el Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio y el Orden;
Aquellos que se pueden administrar reiteradamente.

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